Estoy por pensar que mi fuerza está en dejar salir todo lo que me aturde.
Quisiera decirles que mi fuerza está en no sentir miedo, o en no tener la capacidad de aturdirme o abrumarme o llorar fácil o en el carácter o en la misma fotografía, pero no.
Si me mido por cantidades, mi peso está en la fábrica de lágrimas en los mínimos gestos para no sucumbir ante las grandes descargas de tristeza.
Mi fuerza está en las semanas de ser mujer y en las llamadas a decir ¡te quiero! En un taxi. Y en la valentía de levantarme a sonreír aun cuando el día está gris y frío y ruidoso.
Tengo ganas de llorar porque la ventana está abierta y los carros me aturden. Y tengo ganas de llorar por un nudo extraño que se me hace cada semana y que está a punto de desanudarse.
Tengo ganas de llorar porque estoy poco a poco teniendo sueños y de a poco los voy cumpliendo. Y esas lágrimas, de ese llanto de martes es el miedo que se quiere quedar dentro y que mis ojos, más sabios que mi corazón, lo sacan en mar salado, para defenderme.
El ahogado no muere por ahogado, muere por exceso de sal.