Tengo una colección de libretas que carga en sus páginas muchos proyectos sin hacer. De hecho, he llegado a pensar que es una sola idea, regada en millones de palabras escritas y descritas, en desorden.
Una idea que tiene cabida en todas mis formas de hiperactividad. Porque es que es eso, soy fotógrafa porque es la forma más rápida de no olvidar las cosas que suceden a lentas velocidades. Escribo, porque lo que siento al presionar la pluma contra el papel, es una forma múltiple de orgasmos. Éxtasis por el papel, éxtasis por el tacto, éxtasis por deletrear palabras mías y sensación de no morir. Dibujo porque me gustan las formas de las cosas y porque en cierto modo, es una forma de retratar sin que te roben la cámara.
Y no puedo dejar las manos quietas, porque quizás, ellas fueron las defectuosas en un día en que mis genes le pidieron calma a mi cuerpo.
No me sé quedar quieta.
Y ese respirar a tan altas velocidades, y las ganas de cogerme el pelo a tal punto de arrancármelo, me han convertido en una mujer de 27 años con ideas escritas, y ninguna plasmada a fin de término.
Estoy sentada en el sofá, o en mi escritorio que poco a poco fui armando, con la promesa de terminar algún proyecto. Con la promesa de tener una exposición tan mía, que quien la viera, la hiciera suya. Sólo por el hecho de poderla sentir.
Estoy sentada con la pluma y la libreta, porque sé que es más sencillo escribir las ideas. Porque el paso siguiente, nunca lo he sabido dar. Que me muero por lograr que quién alguna vez me escribió palabras de apoyo y de amor y de admiración, reciba su premio.
Y en esas voy, escribiendo y escribiendo porque es lo que menos me da miedo. Porque soy una fotógrafa que aún no hace lo que en el fondo de su máquina quisiera hacer.
Las palabras y los dibujos y los besos, no me dan tanto miedo, como el terror que siento al obturar la cámara frente a algo netamente mío.
Y en esas voy. Queriendo entregarles una historia, que hasta ahora les he contado a medias, siendo cursi pero aún no tan valiente.